Abre la ventana

Quién nos iba a decir a nosotros, tan acostumbrados a lidiar con nuestros problemas internos, a individualizarnos tanto que no llegamos ni a conocer al que vive exactamente en la puerta de al lado. Que nos acurrucamos, nos arremolinamos en torno a nuestros pensamientos, ponemos un stop en la puerta antes que intentar abrirnos al resto como seres humanos, que sufren y padecen. Animales de costumbres pero que tienden, sin quererlo, a la colectividad.

¿Porqué nos obcecamos en actuar como si solo existiésemos nosotros? Somos los protagonistas de nuestra propia vida, pero esa misma oportunidad de vivirla también la disfrutan otros que piensan como tú, que son los protagonistas, pero siento comunicar, que no lo somos del mundo. No somos el último hombre de la tierra, somos unos cuantos que tenemos que aprender a convivir y por ello aprehender a comunicarnos, a mirar más allá.

Es entonces, en estas circunstancias en las que fuerzas mayores nos obligan a encerrarnos, ahora sí, en nuestra casa, ya no hay posibilidad de si quiero salgo y sino no; no, ahora toca encerrarte, en realidad en la misma jaula que llevábamos creando desde hace mucho, con esfuerzo y dedicación. Aunque esa jaula de la que hablo es nuestra mente. Esta idea de división entre un mundo lógico, hermético y frío contra el sensible, el cálido, el natural; la podemos contemplar en varias obras de artistas de la vanguardia, exactamente del Expresionismo en cuanto al Fauvismo (1905-1907), entre ellos voy a optar por uno de mis preferidos, Henri Matisse (1869-1954).


El nombre de Fauvistas viene de una anécdota bastante irónica, tras la celebración del Salón de Otoño de 1905 celebrado en Francia. Como en todas ellas se promovía la exposición de grandes artistas del momento, donde prevalecía , aún, un estilo más bien tradicional, lo que todos podemos tener en la cabeza cuando sugiero estas palabras, donde el protagonismo se ha cedido a la figuración. Es entonces cuando acude el crítico Louis Vauxcelles y para su sorpresa, al pararse a contemplar en una sala una obra totalmente clásica en formas y contenido, una escultura de contornos suaves, bellos y proporcionados, la escultura del Retrato de Jean Baignères de Albert Marquet. Se fija, inevitablemente, en que a su alrededor había toda una serie de cuadros que proponían de todo menos calma, eran agresivos en formas, adheridos a colores estridentes, con tal impacto que acertó a soltar: "Vaya , Donatello en medio de las fieras (les fauves)". Ni mucho menos iba en contra de estos artistas y su visión del mundo, fue un comentario gracioso, pero que coronó el título de este peculiar movimiento y que se vió aún más acrecentado tras las críticas negativas del resto de visitantes.

Volviendo a la idea actual, al hombre dentro de las cuatro paredes, sumido en sus propios pensamientos, encuentro una imagen que me recuerda a ello, pero que expresa una idea fundamental, la de abrirse al mundo, es Ventana abierta en Colliure (1905).

Esta imagen nos presenta la imagen de la costa del último pueblo francés antes de entrar en Cataluña, pero que marca una vida bastante conocida para nosotros que vivimos en España, la vida mediterránea. El sol que baña las ventanas y se cuela por los cristales, de intensos rayos que chocan en un interior apagado y se convierten en pequeños destellos de tonos rojizos, anaranjados, amarillos... El calor que rezuma la calle en verano, la brisa que nos mece todas las tardes y nos permite, con calma, darnos un respiro.
Esto son las ventanas de Matisse, el contraste entre penumbra interior y fogonazo exterior, la sensibilidad que despiertan los sentidos a través de la naturaleza que se expande y se cuela y el interior que constantemente quiere razonar, quiere mantenerse frío, despierto, la intimidad del hombre.

La vuelta al uso primitivo del color, no es aquel primitivismo que usaba Gauguin mediante las formas, sino que ahora son los colores. El uso de estos de manera sencilla a través de la contraposición de los colores primarios, pero en orden, esa es la clave, el orden en los colores de Matisse.
“una interpretación rápida del paisaje solo representa un momento de su existencia. Yo insisto en su carácter esencial, porque me parece preferible arriesgarme a una pérdida de encanto a cambio de una mayor estabilidad” La representación de la ventana será una imagen repetitiva en la obra de Matisse, en la que también permite plasmar el placer de los sentidos a través de los interiores hedonistas y refinados, pero donde la ventana nunca dejaba de marcar esa relación con el exterior, con la necesidad de una comunicación entre ambos mundos que se compenetran y complementan. Esto es lo que parece que hemos descubierto tras obligarnos, llámale destino, llámale naturaleza o como quieras; a descubrir que nosotros no somos uno solo en el mundo, que nosotros no podemos subsistir sin eso de ahí afuera, no podemos encerrarnos eternamente e individualizarnos. Como ejemplo de la utopía de un arte que representa a la colectividad, que provoque una fraternidad en el hombre irrefrenable, podría poner como ejemplo igualmente a Piet Mondrian. Sobre un plano resume mediante los colores primarios y formas verticales y horizontales, la colectividad, la condensación de la máxima espiritual. Del negro como resultado de la mezcla de colores y del blanco como la ausencia de los mismos. Es necesario aprender a complementarnos, a unir sentimientos con razón, a dejarnos guiar un poquito más por esa vocecita que nos dice "hazlo" y no tanto por aquella que nos dice "no puedes".



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